Páginas

martes, 8 de junio de 2010

El grupo del sabio

Por DOMINGO VILLAR

Mi primer recuerdo son los brazos de Mario Kempes extendidos como alas en 1978, celebrando su segundo gol bajo un diluvio de papelitos blancos. “Es su Mundial, el de Argentina”, debió de murmurar mi padre sentado en el sofá, a mi lado: “El próximo es el nuestro”.


Y en 1982 se jugó la copa en España, sí. Pero fue de otros: de Conti, Rummenigge, Falcão y Dasayev. En mi casa sólo dejó frustración y un estadio nuevo en el que animar al Celta los domingos.

Al cabo de cuatro años cruzamos de nuevo el Atlántico con la bodega cargada de revancha y Butragueño. Tampoco fue suficiente. Hablaban de la altura que ahogaba a los jugadores en México, pero el verdadero Everest se llamaba Maradona.

Luego llegaron las desilusiones del 90, del 94, del 98, del 2002… Yo había cambiado de sofá, pero no de pregunta. La misma de cada vez en cada casa: ¿A qué diablos juega España? ¿Adónde se puede llegar sin estilo?

Nos habría dado lo mismo atacar como Brasil, cargar como alemanes, combinar como holandeses o dar dos vueltas a la cerradura como Italia. Cualquier cosa antes que aquella maldita incertidumbre de ver a los nuestros correr en cada ocasión con un plan diferente.

“Son ustedes la Furia”, nos bautizó alguien. “La Furia española”, repitieron muy serios. Y muchos nos imaginamos su risa contenida al vernos pasear por los Mundiales con la cruz, la espada, la mirada arrogante de los conquistadores…, y el trasero zapateado. ¿Acaso los nuestros eran los únicos que regresaban al vestuario con la piel hecha un jirón? ¿Cuál era, más allá del esfuerzo, nuestro propósito?

“Ninguno” fue la respuesta hasta que hace poco más de un lustro alguien tomó una decisión. Así como Esparta consultaba a su Gerusía, España reclamó el consejo del más veterano de sus técnicos, el más entendido. Y el hombre de pelo blanco armó un equipo con el criterio de un niño: “Los mejores al campo”.

“¿Aunque no estén furiosos?”, preguntó alguien. “Aunque no estén furiosos”, confirmó el sabio. Y nos quedamos perplejos al comprobar cómo el puñado de chicos escogidos por aquel hombre despreciaba el martirio. ¡Sólo querían el balón!

En lugar de la armadura y la fiereza salieron al campo ataviados con el frac del prestidigitador. Y la pelota en sus pies se convirtió en un conejo que pasaba de la chistera de un mago a otra sin que los rivales atinasen a sujetarlo. Y entre la astucia del hombre y los trucos de sus pupilos alcanzamos la admiración y la gloria en Europa.

Hoy el grupo de audaces españoles viaja a Sudáfrica sin arrogancia, pero con la ilusión de alzar la Copa del Mundo por primera vez. Aunque no está con ellos el hombre sabio que los congregó, su legado se mantiene inalterado: las camisetas rojas son señuelos y el balón una liebre en los pies.

Hay enemigos temibles, y para alcanzar el trofeo será necesario añadir una buena ración de suerte a la osadía de los nuestros, pero en los sofás de las casas algo ha cambiado. Hoy el niño que ve los partidos a mi lado ya no se pregunta a qué juega España. Sólo le preocupa saber si se puede atrapar a un conejo con los pies.

* Domingo Villar (Vigo, 1971).La playa de los ahogados (Ediciones Siruela, 2009).


Publicado en el blog Papeles Perdidos del diario El País de España (07.06.2010).

No hay comentarios: