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jueves, 29 de abril de 2010

La mejor victoria de Guardiola

Por RAMON BESA

Al Barça le costará digerir la eliminación de la Copa de Europa porque el Inter es el equipo de Mourinho, ex traductor del club, como remarca el técnico, y porque no podrá defender el título en Madrid, meta que ha actuado como motor del barcelonismo durante la temporada. Quizá porque el año pasado ganó los seis títulos en juego, últimamente al Barça le han ocupado las cuestiones particulares, especialmente los duelos con el Madrid y la final de Chamartín, sensación agrandada por la pugna mediática que a veces provoca reacciones desproporcionadas. A Guardiola se le escapó que "por la meseta entienden mucho de arbitrajes" y se ha armado la de Dios es Cristo.

A muchos aficionados azulgrana les incomoda a veces el discurso de su presidente. La mayoría, en cambio, se siente a gusto con su entrenador. La grandeza de Guardiola es que su obra trasciende lo cotidiano, incluso las semifinales de la Champions, y permite discutir sin dramatismo. Hablar sobre alineaciones y fichajes no supone dudar sobre el juego. Alrededor del més que un club, el Barça ha desarrollado un relato que encaja muy bien con su carta de naturaleza. Ahí está La Masia, Messi, Unicef y una forma de entender y jugar al fútbol única en el mundo, una manera que está por encima del peor de los resultados.

Una situación insólita si se atiende a la historia del Barça y a las consecuencias de sus derrotas en las semifinales de la Copa de Europa. Helenio Herrera salió por piernas más que a hombros después de haber perdido con el Madrid (1959-60), Johan Cruyff quedó marcado como jugador por el Leeds el día de Sant Jordi (1973-74), a Van Gaal se lo rifó el Piojo López en la eliminatoria contra el Valencia (1999-00), Rexach levantó la bandera blanca en el Camp Nou con el Madrid (2001-02) y Rijkaard se ensimismó en Old Trafford (2007-08). La eliminación con el Inter ha dejado mal parado a Ibrahimovic -hay seguidores históricos que comparan el descarte de Eto'o con el de Sotil por Neeskens- y evoca los tiempos de HH y Suárez cuando dejaron Barcelona por Milán. A ningún precandidato electoral se le ha ocurrido en cambio apostar por variar la filosofía futbolística que tan bien ha definido y desarrollado Guardiola.

El salto de calidad ha sido tan espectacular que el Barça es víctima del propio Barça. Los seguidores no quieren que su equipo se parezca al Inter, sino que aguardan al regate de Messi, al pase de Xavi, al arrebato de Piqué, al requiebro de Pedro, a la sutileza de Iniesta. El miércoles no estaba Iniesta ni más jugadores que marcaran la diferencia o se sumaran a la rebeldía de Piqué, circunstancia que seguramente abunda en la necesidad de acudir al mercado y no aguardar a que la cantera resuelva también los problemas estructurales y decida el partido del año. Puede que el plantel se haya quedado corto, los jugadores estén agotados y el viento a favor que propició los goles de Stamford Bridge, Mónaco y Abu Dabi sople ahora en contra en partidos como el del Inter. Los detalles son a veces decisivos en el fútbol. La dirección, sin embargo, tiene que ser inequívoca para la viabilidad del plan, y la del Barça está tan bien subrayada que el barcelonismo no debería alimentarse con el odio al Madrid o a Mourinho sino con el sentido de pertenencia a un equipo que está justamente en el lugar que le corresponde: disputando todos los títulos hasta el último momento y con posibilidades de ganarlos.

Publicado en el diario El País de España (30/04/2010).

sábado, 24 de abril de 2010

El mundo es de los resentidos

Por JOHN CARLIN

- "El genio es un 1% de inspiración y un 99% de sudor". Thomas Edison, que patentó más de 1.000 inventos.

Puede que Edison exagerara. O que no estaba pensando en el fútbol cuando soltó su célebre frase. Pero es verdad que el elemento decisivo en el éxito del Barcelona la temporada pasada, como en el éxito arrollador del Manchester United en Inglaterra durante las últimas dos décadas, han sido las ganas, más que el genio. La receta mágica consiste en combinar las dos cosas. Pero si uno tiene más deseo de triunfar que el rival, el factor genio se anula, o su peso disminuye.

Todo esto es muy obvio pero es útil recordarlo a estas alturas de la temporada, cuando las cosas se empiezan a poner en su sitio, porque sirve de explicación para gran parte de lo que ha pasado y está pasando. Nos explica, por ejemplo, cómo fue posible que el Alcorcón eliminara al Real Madrid multimillonario de la Copa del Rey; que el Espanyol casi ganara al Barcelona el fin de semana pasado; que un equipo falto de talento (salvo Rooney y el veterano Scholes) como el Manchester United siga compitiendo por la Liga inglesa; que el Inter de Milán, equipo de viejos soldados, venciera de manera contundente en la Champions League al Barça de Xavi y Messi.

¿De dónde salen esas ganas, y la fe ciega que generan? La figura del entrenador es importante. A veces la gente se pregunta para qué sirve un entrenador, o qué es lo que define a uno bueno. Pues eso, la capacidad de motivar. Un entrenador puede tener una capacidad intelectual enorme para entender las teclas del juego, pero si no sabe inspirar a sus jugadores no sirve para nada. Si Alex Ferguson, el entrenador del Manchester, se sentara en una clase en la que Pep Guardiola ejerciera de profesor de táctica futbolística, estaría tan perdido como el niño en la clase de matemáticas que nunca entendió los principios básicos de sumar y restar. Pero ese 99% de sudor, que es la consecuencia del hambre de triunfar, Ferguson lo posee a tope. Por eso es capaz de convertir a jugadores mediocres como Darren Fletcher, Michael Carrick, John O'Shea y Ji-Sung Park en campeones.

El Inter de Milán tampoco está exactamente repleto de jugadores brillantes. ¿Cómo es, entonces, que ganó merecidamente 3 a 1 al SúperBarça en lo que fue para ambos el partido más importante de la temporada? En parte, quizá, porque su entrenador, José Mourinho, organizó mejor a los suyos, pero ante todo porque el Inter tuvo más deseo de ganar. ¿Por qué? Porque Mourinho jugaba con ventaja. Tuvo la suerte de tener en sus filas a un grupo de jugadores la mitad de los cuales entraron al campo armados con el motor motivador más potente que conoce la humanidad, el resentimiento.

Tres de los jugadores del Inter fueron descartados por el Real Madrid (Walter Samuel, Esteban Cambiasso y Wesley Sneijder) y dos (Samuel Eto'o y Thiago Motta) los descartó el propio Barça. A esto se suma el resentimiento de la hinchada del Inter, que rugió como nunca el martes en San Siro, consciente de que se le presentaba por fin la posibilidad de curar una vieja herida, de ganar por primera vez la Copa de Europa desde 1965, período en el que el Milan, su odiado vecino, la ha alzado seis veces.

Quizá el fondo de la cuestión, y el probable secreto del extraordinario éxito que Mourinho ha logrado en tres clubes, en tres países, en ocho años, sea que el portugués tiene toda la pinta de ser por naturaleza un resentido, peleado con el mundo, como lo es, manifiestamente, Alex Ferguson. Guardiola, en cambio, parece que no. La suerte es que en este preciso momento, tras la peor derrota de su mandato, sí lo es. Como también lo son sus jugadores. Se les cuestiona que por primera vez en mucho tiempo, tienen el orgullo dolido y en el partido de vuelta del miércoles les poseerá un deseo desesperado de reivindicarse frente al mundo.

Si resulta que la satisfacción de la victoria calmó un poco la acomplejada ansiedad de los jugadores del Inter, si los que salen al campo con la dosis de resentimiento más alta son los del Barça, sin excluir a los genios Messi y Xavi, suyo será el triunfo en la batalla del Camp Nou.
 
Publicado en el diario El País de España (25.04.2010)

domingo, 18 de abril de 2010

Wayne Rooney y la plaga blanca

Por JOHN CARLIN

- "Somos la primera raza del mundo y cuantos más lugares del mundo habitemos mejor para la raza humana". Cecil Rhodes, imperialista británico del siglo XIX

Entre los años 1600 y 1950, 20 millones de personas abandonaron las islas Británicas y empezaron vidas nuevas en lo que, en su día, fue el imperio más grande de todos los tiempos. Según cuenta el historiador Niall Ferguson en su libro Empire, ningún otro país ha exportado, ni de cerca, más seres humanos.

¿Por qué será, entonces, que les cuesta tanto a los jugadores de fútbol británicos adaptarse al estilo de vida de otros países? Hemos visto la facilidad con que italianos, franceses, holandeses, portugueses e incluso españoles han dado el salto a la cultura y a la sociedad británica, pero los campeones mundiales de la emigración sufren hoy cuando cambian de tierra. Ha habido excepciones, como Steve McManaman, que fue feliz en Madrid, y David Beckham, que también, aunque no tanto su esposa, Victoria, cuya repugnancia por "la comida grasienta" española la llevó de vuelta a casa y a su marido a los brazos de otra. Pero por cada dos que se han adaptado ha habido 10 que no.

Más típico es el caso del gran goleador del Liverpool, Ian Rush, que, tras su fracaso en la Juventus, ofreció la memorable explicación siguiente: "Era como vivir en un país extranjero". O el de Luther Blisset, cuyo principal drama durante el año triste que vivió en el Milan fue, como él mismo confesó, la imposibilidad de conseguir en Italia su desayuno favorito, los rice krispies.

Parte de la explicación de este aparente misterio debe de residir en el hecho de que, a diferencia de los imperialistas españoles o los portugueses, los británicos salieron a conquistar tierras lejanas acompañados de sus mujeres. No sólo no tenían relaciones amorosas con las indígenas (México y Brasil son países en los que reina el mestizaje; en India, no) sino que implantaban su cultura, creaban pequeñas sociedades británicas, en las colonias. Vemos lo mismo hoy en día con los turistas en España. Vienen millones, pero para la mayoría la idea de pasarlo bien se centra en recrear las condiciones de su país -fish and chips, grotescas borracheras, lecturas del tabloide The Sun- bajo el sol mediterráneo.

A diferencia de los italianos, en particular, y de los holandeses también, los británicos, con pocas excepciones, nunca tuvieron ni la cortesía, ni la audacia ni el deseo de asimilar el concepto de saber estar. Creer que Wayne Rooney sería capaz de hacerlo en España es una locura o, como mínimo, una idea altamente arriesgada, ya que esta semana se ha estado hablando con insistencia en la prensa deportiva de la posibilidad de que el jugador del Manchester United fiche en el verano (se ha llegado a hablar de un precio de 150 millones de euros) por el Real Madrid.

Rooney, por si los seguidores y los dirigentes del Madrid no lo han pillado, corresponde en un ciento por ciento, o más si fuera posible, al estereotipo del turista del que estamos hablando. Abandonado a sus propios impulsos, es el clásico que en la madrugada ibicenca aparece inconsciente en la playa vestido de prostituta o de monja tras pasar la noche bebiendo cantidades industriales de tequila y cerveza, exhibiendo el culo en las calles del casco histórico.

La solución, si el Madrid se empeña en ficharle, podría pasar por hacer algo parecido a lo que hizo el Barcelona con Leo Messi o hicieron los conquistadores británicos de antaño. Traer a Rooney con toda su familia.

Claro, lo que quedaría por ver sería si la ciudad de Madrid estaría preparada para semejante invasión vandálica. En la fiesta que Rooney, de aspecto más de boxeador que de futbolista, y su esposa, Colleen, dieron unos años atrás para celebrar su compromiso de bodas, los padres y los tíos de él, hombres y mujeres, acabaron a palos en el suelo del local. La policía tuvo que acudir a imponer orden.

Niall Ferguson escribe en su libro que gran parte de los habitantes africanos o indios en tiempos del Imperio Británico veían a los colonos de las islas como una temible plaga blanca. Pues eso. Ojo con Rooney. Es un grandísimo jugador, por supuesto. Pero, en el caso de que acabase en Madrid, esa frase, plaga blanca, podría llegar a adquirir nuevas y no menos alarmantes connotaciones.
 
 
publicado en el diario El País de España el 18.04.2010.

sábado, 3 de abril de 2010

Messi y Maradona en el diván

Por JOHN CARLIN

- "A ver si es verdad que va a ser mejor que yo". Un no del todo feliz Diego Maradona, a un compañero, tras un gol de Messi contra Francia en febrero de 2009.

Opinando sobre la brillantez sin adjetivos de Leo Messi el otro día, un bloguero inglés ofreció la siguiente reflexión: que la única fuerza en el universo capaz de parar al argentino era su compatriota, y seleccionador, Diego Maradona.

Sobre el campo nadie está a la altura porque el secreto consiste no en pararlo con los pies, sino con la cabeza. Hay que penetrar el cerebro de Messi e influir en su estado de ánimo con el propósito de diluir su altísima dosis del elixir de la vida, la confianza. El objetivo es inhibirle, hacerle dudar de sí mismo en aquellos momentos decisivos que en un partido marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre el regate certero y la pérdida del balón, entre el gol y el acierto del portero. Estamos hablando de microsegundos en los que, con la mente despejada, Leo es Leo y lo imposible se vuelve realidad. Con la mente contaminada, en cambio, incluso lo posible se le complica.

Y éste es precisamente el impacto que Maradona tiene sobre Messi. Maravillosamente perverso, se podría decir, ya que el éxito del dios argentino como seleccionador en el Mundial de Suráfrica dependerá de la capacidad de Messi de jugar a su más alto nivel. Un Messi liberado y feliz es capaz de llevar a Argentina a la conquista de la Copa del Mundo, como hizo Maradona el jugador en 1986. Pero, como los argentinos no dejan de lamentarse, cuando Messi cambia la camiseta blaugrana del Barcelona por la albiceleste de su selección se convierte en un ser triste, flojo, enjaulado.

El problema no es el color de la camiseta; la kriptonita del supermán es Maradona. ¿Será consciente Maradona del impacto destructivo que está teniendo sobre Messi, y sobre sí mismo como seleccionador? Con toda seguridad, no. Maradona es muchas cosas pero nadie jamás le ha acusado de ser un Sócrates de la reflexión. Entonces, no nos queda más remedio que recurrir al resorte favorito de la clase media argentina, el psicoanálisis.

El mensaje que el inconsciente le transmite a Diego va a algo así: soy Dios en mi tierra porque gané el Mundial de 1986 y me convertí para mis compatriotas -y para buena parte de la humanidad- en el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Mi condición de Dios depende de que mantenga ese estatus, de que no me quiten del pedestal, o de que no aparezca otro -un hijo mío, o sea de Dios- digno de compartir el panteón conmigo, o incluso de destronarme. Si dejo de ser considerado como el mejor, como el argentino más admirado de la historia, dejo de ser yo. Porque yo no soy yo, sino una noción fabricada en la mente de los argentinos que yo también me he creído. Con lo cual, si dejo de ser el único y verdadero Dios, pierdo mi identidad. Ya no sabré quién soy. Porque no hay nada más.

El destino de Argentina en el Mundial dependerá de si Maradona es capaz de imponer la razón a las poderosas fuerzas que emanan de su inconsciente, tarea que es muy difícil, aún para gente normal. La razón, en este caso, consiste en hacer lo humano y lo divino para que Messi se sienta tan bien jugando para su selección como cuando juega para el Barcelona; en dejar de hacer lo que Maradona ha estado haciendo, que es minar su confianza transmitiéndole mensajes ambiguos, declarando un día que es un chupón, otro que todo depende de él. Que se fije en Pep Guardiola, el entrenador del Barça, que mima a Messi en privado, seguro, y en público no deja a) de elogiarle; b) de recordar que el peso de los resultados recae en todo el equipo, no sólo en él.

La pregunta, entonces, es, ¿cuántas ganas tiene Maradona realmente de ganar un Mundial como seleccionador? El desafío consiste en anteponer los intereses de la patria al ego que la patria tanto ha hinchado. Muy difícil, repetimos. Pero con el Diego, que ha frenado (se supone) su pasión por la cocaína e incluso ha vuelto del lecho de la muerte, nunca se sabe. Maradona tiene que obrar otro milagro: se tiene que vencer a sí mismo para que Messi sea invencible, en todos los colores.

Publicado en el diario El País de España (03.04.2010)