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lunes, 17 de mayo de 2010

La economía del "feeling"

Por JUAN VILLORO

El histórico Barça de los seis títulos termina otra temporada ejemplar con sabor a triunfo de último minuto. Después de la épica mariscada del curso anterior disfrutamos de una excelente espuma de tortilla. La degustación se ha saciado mejor que el apetito. Y es que el culé no deja de tener hambre.

Una revolución se ha producido en su ánimo, es decir, en su estómago. Del victimismo elegante se ha pasado a la bulimia del éxito. Un equipo devorador de trofeos.

Piqué, nuevo referente de los excesos emotivos blaugranas, lanzó un desafío de gladiador a los legionarios del Inter: «Durante 90 minutos odiarán ser futbolistas». Motivado por su propia afrenta, dio el mejor partido de su vida.

La declaración del central fue una salida de tono en una escuadra con suficiente seguridad en sí misma para permitirse dislates motivacionales.

Guardiola ha traído una mentalidad tan decisiva como el voraz control del balón. Los investigadores de la «inteligencia emocional» tienen en el Barça su mejor laboratorio.

Después del clásico contra el Madrid viajé a la capital española. El domingo por la noche cené en una tasca. En la mesa de al lado, tres elocuentes señoras de la capital hablaban de fútbol. Un hombre de cabellos plateados las oía con apatía. «¿Es que a ti no te interesa el fútbol?», le preguntaron. «La verdad, soy del que juega bien», contestó el hombre. «¡Entonces eres del Barça!», informaron las tres madrileñas. La conversación refleja un cambio de costumbres tan importante como la invención del tendedor. El equipo de Guardiola ha despertado las simpatías de personas que veían al fútbol como el sudoroso oficio de patear y ahora lo consideran una rauda variante de las artes escénicas.

Los méritos del equipo se engrandecieron por un esforzadísimo Real Madrid, acicateado por el tintineo de la bolsa de oro de Florentino Pérez. Sin embargo, en la temporada 2009-2010 el huracán merengue podría haber metido mil goles sin llegar al campeonato, reservado para los que consideran que el marcador consigna la belleza.

En este momento de cava y gratificante espuma, conviene repasar las zozobras del equipo. Después de anotar contra el Manchester en la final de la Champions, Etoo hizo un gesto extraño. Corrió hasta el banderín de córner y pareció aislarse del mundo: tenía la cara de quien está en ninguna parte. Había dejado de pertenecer al Barça. Guardiola decidió sustituirlo por Ibrahimovic en un lance que aún debe ser justificado.

La explicación del gambito se volvió famosa: Ibra costaba mucho más pero aportaría buen rollo en el vestuario. Reinventor de conceptos, Guardiola dijo que todo era cuestión de feeling. A partir de ese momento, el feeling se convirtió en sinónimo de la teoría de la relatividad, la explicación del magnetismo y la clave para la redacción final del Estatut.

Con este fichaje, el técnico del buen gusto buscaba otra cucharada de arte. Por momentos, el resultado fue un empacho. Ibra es un raro talento, un fantasista (como se llama en Italia al solitario creador del juego) que no actúa en medio campo sino en la zona de definición. No es casual que haya encandilado en Milán: un centro delantero con escuela de volante, un Pirlo adelantado.

Aunque su ofició está probado, puede sobrar en un equipo que construye las jugadas al modo de un tapiz y en el punto final necesita el rústico arte de cortar el hilo. Higuaín saldrá del fútbol sin que sepamos qué tan bueno fue. Su simple definición de las jugadas hace que su abultada estadística no compruebe su talento. El sofisticado Barça necesita a un inventor de sencilleces. Es el hueco que dejó el furibundo Etoo.

Las concentraciones y los traslados del Barça han ganado en feeling y la aparición de Pedro confirmó que la entidad es el mayor modelo educativo del fútbol mundial. El futuro blaugrana dependerá de combinar su estilo irrenunciable con la virtud de simplificarlo en los momentos clave.

Las contiendas contra el Inter comenzaron de manera inmejorable: 0-1 en el partido de ida, un hombre de más en el de vuelta. Una dosis de realismo o –usemos la horrenda expresión– de cochina vulgaridad, habrían cambiado el desenlace. El vendaval del Inter sorprendió al Barça en Milán. Después del gol de Pedro, se antojaba un escudo en media cancha, similar al que triunfó en el Bernabéu. Si Ibra hubiera dejado su sitio a Touré, habría habido no sólo más control del juego sino más opciones del gol (el pivote fantasista no estaba para eso).

Especular a toro pasado es fácil y quizá me equivoque. Lo cierto es que al hipertécnico Barça se le dificulta abrir cajas fuertes: ante una defensa numantina, no basta con una asedio digno del Cirque du Soleil. Hace falta dinamita.

El Barça puede sobreponerse a las lesiones de Iniesta con el talento de Cesc y encontrar explosividad en los pies de Villa. Si estas contrataciones se confirman, los resultados serán tan espléndidos como el feeling, ese incalculable valor con el que Guardiola ha ratificado que dirige más que un club.


Publicado en el diario El Periódico de Catalunya (17.05.2010).

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