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sábado, 16 de agosto de 2008

Literatura redonda


Por BENJAMÍN LABATUT

En la cancha corre el matador Mario Kempes. El partido, Argentina contra Hungría; el mundial, 1978. Es el debut de la albiceleste y todo Buenos Aires se paraliza: ese año, Argentina es sede. El mismo día, y a la misma hora en que toda una nación festeja el tardío gol con que Ricardo Daniel Bertoni asegura la victoria, un hombre espera el silencio. Sentado en un auditorio, Jorge Luis Borges dicta una conferencia sobre la inmortalidad, mientras once de sus compatriotas la buscan con los pies. "El fútbol me parece una forma de tedio. Creo que a nadie le interesa el fútbol. A la gente que va al fútbol le interesa que gane tal o cual cuadro: el fútbol en sí, no. Es un juego brutal que no requiere un coraje especial, porque nadie se juega la vida", sentenciaría tiempo después el mismo Borges, desterrando al fútbol al territorio de la barbarie.

No son pocos los escritores que disienten con él. Y salen al rescate del fútbol. En marzo de este año, Martín Caparrós publicará las 400 páginas de su novela "Boquita" sobre el club Boca Juniors, mientras que Juan Villoro planea escribir un libro "redondo como una pelota y que se lea como un partido", antes del mundial del 2006. A ellos dos se suma una barra de escritores hinchas tan amplia como ilustre: Mario Benedetti, Milan Kundera, Javier Marías, Osvaldo Soriano, Vladimir Nabokov, Albert Camus y Alfredo Bryce Echenique son sólo algunos de quienes defienden a este deporte como reflejo de la vida, como rito, como poesía colectiva, como religión y como asunto de vida o muerte.

LA PELOTA O LA VIDA
Cuenta el uruguayo Eduardo Galeano: durante la ocupación nazi, en 1942, el equipo ucraniano Dínamo de Kiev cometió la locura de vencer al seleccionado alemán de la Luftwaffe. A pesar de las advertencias de que debían dejarse ganar, el marcador final favoreció a los ucranianos. En lo alto de un barranco, y todavía con sus camisetas puestas, cuatro jugadores del Dínamo fueron fusilados. Años más tarde, en mayo del 2004, el club checheno Terek Grozny se alzó por primera vez con la corona del campeonato de Rusia con un gol en los descuentos de la final. La victoria fue 20 días después del asesinato del presidente del club (y de Chechenia) Akhmad Kadyrov, con una bomba colocada en el estadio del club campeón.

Esas infinitas posibilidades de cruce entre los hechos humanos y el fútbol es lo que lleva a muchos escritores de alto calibre a dedicar letras a un deporte que otros consideran simple entretención, o verdadera basura intelectual. Como el converso Gabriel García Márquez, quien jamás había pisado un estadio, hasta que ingresó "irrevocablemente a la santa hermandad de los hinchas" tras ver sólo un partido del Junior de Barranquilla contra Millonarios. Otro peso pesado, Mario Vargas Llosa, ha escrito sobre el pequeño club Cienciano de Cusco, que le ganó la Libertadores a River Plate el 2003, mientras que el poeta Augusto Roa Bastos, ganador del premio Cervantes, anuncia desde 1998 sus planes de escribir la biografía de su amigo y compatriota José Luis Chilavert, tal vez como una forma de devolverle la mano al portero por los 10 mil dólares que éste aportó para una intervención quirúrgica al corazón del poeta.

LOS ARQUEROS
"Todo lo que sé de forma más segura sobre la moral y las obligaciones del hombre, se lo debo al fútbol", dijo Albert Camus, uno de los hombres más jóvenes en ganar un Nobel y quien hizo su debut como arquero en 1928, con el club deportivo Montpensier, antes de pasar a jugar por la Universidad de Argel. El filósofo creció en la pobreza y eligió la posición de portero porque se gastaban menos los zapatos. De un área llena de baches aprendió una lección vital: "que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga". Conocido como un estricto moralista, cuesta imaginar a Camus devorado por los nervios previos a un partido, pero sólo el desarrollo de una tuberculosis pudo alejarlo de la cancha.

De su último partido, Vladimir Nabokov recuerda haber despertado con el balón aferrado al pecho luego de que un rival lo dejara inconsciente de una patada, mientras un compañero de equipo impaciente trataba de soltarle la pelota de las manos. El escritor ruso se describía a sí mismo como un portero "errático pero espectacular", puesto en el que jugó durante sus años de estudiante en Cambridge. "El portero es un hombre aparte, solitario, impávido, es el hombre del misterio, el último defensa. Más el guardián de un sueño que el de una portería", escribió.

En las letras chilenas, Miguel Serrano jugó como arquero del Barros Arana y Roberto Bolaño, quien era zurdo y disléxico, cultivaba una actitud hacia el fútbol incomprendida por sus compañeros: "Siempre me pareció más interesante marcar un autogol que un gol. Un gol es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario (…) mientras que un autogol es un gesto de independencia. Aclaras, ante tus compañeros y ante el público, que tu juego es otro". A pesar de esa actitud, Bolaño confesó que una de las mayores hazañas de su vida fue un hecho futbolístico ocurrido cuando tenía 9 años: en 1962, la selección brasileña integrada por Pelé, Garrincha, el lobo Zagalo y Vavá alojó a 50 metros de su casa en Quilpué. Durante uno de los entrenamientos, Roberto se paró bajo los tres palos con Vavá a 12 pasos. Vavá dispara y la pelota queda entre las manos de Roberto.

Menos talentoso al arco, según sus propias palabras, fue el poeta Mario Benedetti, quien expresó su pasión por el fútbol en el relato "El césped", cuyo protagonista es un arquero que se suicida tras recibir un gol humillante de parte de su mejor amigo, que juega en el equipo contrario: en el punto más alto de su carrera, Benjamín deja pasar entre sus piernas el remate que le cuesta la vida.

LA BARRA BRAVA
La formación oficial de escritores fanáticos tiene, al menos, cinco titulares indiscutidos: Osvaldo Soriano, Javier Marías, Juan Villoro, Roberto Fontanarrosa y el ya mencionado Eduardo Galeano. No llegan armados de botellas y palos a los estadios, pero desde sus escritorios reivindican el fútbol como materia prima de la literatura, por formar parte importante de sus propias biografías o sencillamente por sus posibilidades de conjugar, en sólo 90 minutos, la gloria, la derrota, el dolor, el heroísmo, la cobardía, la victoria, la soberbia, la inteligencia, la estupidez, la injusticia, la risa, el llanto y el olvido.

"Yo escribo, pero bueno, cuando yo era chico yo soñaba con ser Ermindo Onega, no con ser Cortázar". Mientras que Ermindo Onega jugó 222 partidos por River Plate, y marcó 98 goles, su compatriota Roberto Fontanarrosa llegó a la literatura por la puerta de atrás. Escritor, humorista y dibujante, para el "negro" -hincha acérrimo de Rosario Central- el fútbol precede a la literatura: "Posiblemente todas las horas que dediqué a ver fútbol o ir a la cancha, los intelectuales más serios las ocuparon leyendo. Ellos elegían a Tolstoi mientras yo leía "El Gráfico", gracias a lo cual se ha convertido en un referente fundamental de las letras del fútbol.

Según Osvaldo Soriano, el penal más largo del mundo se tiró en 1958, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Después de la insólita racha ganadora de un equipo menor, durante la final, el árbitro cobra un penal inexistente y un defensa lo duerme de un solo combo. El partido se suspende a 20 segundos del final. El penal se tira el domingo siguiente, el arquero ataja y logra el campeonato para el equipo menor. Se trata de uno de los mejores cuentos de fútbol escritos por "el gordo" Soriano, hincha de San Lorenzo, quien murió en 1997, a los 54 años, "todavía rehaciendo los goles que no hice", dos años después de que su equipo saliera campeón por primera vez en 21 años.

Juan Villoro y Javier Marías se encuentran en dos extremos opuestos: mientras el mexicano se declara hincha del Necaxa, al cual define como "un equipo que considera que ganar títulos es una vulgaridad y prefiere jugar como una forma del arte por el arte", el español es de corazón blanco y su equipo, el Real Madrid, no sólo lo ha ganado todo, sino que dispone de un manada de halcones para combatir a las palomas del Santiago Bernabeu. Lo que ambos comparten es su irrestricta devoción al juego: Marías lo califica como "la recuperación semanal de la infancia", mientras que Villoro ha llevado su pasión al extremo de armar equipos en base a escritores (ver recuadro) e incluso a partir de jarabes para la tos: "Donde la más temible media cancha estaría integrada por los contundentes Robitussin, Breacol y Zorritón". El mismo Villoro, ya en el terreno de la realidad, logra resumir, en una sola frase, el sentir de todos: jugadores, entrenadores e hinchas, sean o no escritores: "Cuando los suyos pisan el pasto, el mundo, el balón y la mente son una y la misma cosa. Dios es redondo y bota en forma inesperada".

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UN "DREAM TEAM" DE ESCRITORES

Por JUAN VILLORO
"El portero tiene que ser Borges; longevo y meditabundo, que entienda el área como un Aleph. En la defensiva se necesita gente sólida que recupere las pelotas lanzadas por los otros: Tolstoi y Víctor Hugo son una contundente pareja de centrales, con dilatada salida al frente. Conviene tener laterales de rabiosa inspiración: Nabokov por la derecha; Camus por la izquierda. El medio escudo trabaja en detalle y por acumulación: Henry James es perfecto. Un medio táctico requiere de una inspiración tan artificiosa y continua que debe admitir las causas perdidas como un impulso: Conrad es gran timonel. El medio ofensivo ataca los temas pero juzga que los otros son más importantes que él: Graham Greene se prodiga con generosidad en todos los terrenos que visita. En el extremo izquierdo se necesita a un artista de lo improbable: César Vallejo para partidos con lluvia, Saint-John Perse para un sol radiante. El centrodelantero debe ser un autor de aforismos: Lichtenberg es el mejor hombre del instante. El extremo derecho logra prodigios en una zona restringida: su nombre es Chéjov. El entrenador ideal, jugador torpe y atleta de la mente, es Paul Valéry. El equipo juega con un 4-3-3, anacronismo que lo hace más literario que real".


Revista Qué Pasa, 4 de febrero de 2005

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