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domingo, 18 de abril de 2010

Wayne Rooney y la plaga blanca

Por JOHN CARLIN

- "Somos la primera raza del mundo y cuantos más lugares del mundo habitemos mejor para la raza humana". Cecil Rhodes, imperialista británico del siglo XIX

Entre los años 1600 y 1950, 20 millones de personas abandonaron las islas Británicas y empezaron vidas nuevas en lo que, en su día, fue el imperio más grande de todos los tiempos. Según cuenta el historiador Niall Ferguson en su libro Empire, ningún otro país ha exportado, ni de cerca, más seres humanos.

¿Por qué será, entonces, que les cuesta tanto a los jugadores de fútbol británicos adaptarse al estilo de vida de otros países? Hemos visto la facilidad con que italianos, franceses, holandeses, portugueses e incluso españoles han dado el salto a la cultura y a la sociedad británica, pero los campeones mundiales de la emigración sufren hoy cuando cambian de tierra. Ha habido excepciones, como Steve McManaman, que fue feliz en Madrid, y David Beckham, que también, aunque no tanto su esposa, Victoria, cuya repugnancia por "la comida grasienta" española la llevó de vuelta a casa y a su marido a los brazos de otra. Pero por cada dos que se han adaptado ha habido 10 que no.

Más típico es el caso del gran goleador del Liverpool, Ian Rush, que, tras su fracaso en la Juventus, ofreció la memorable explicación siguiente: "Era como vivir en un país extranjero". O el de Luther Blisset, cuyo principal drama durante el año triste que vivió en el Milan fue, como él mismo confesó, la imposibilidad de conseguir en Italia su desayuno favorito, los rice krispies.

Parte de la explicación de este aparente misterio debe de residir en el hecho de que, a diferencia de los imperialistas españoles o los portugueses, los británicos salieron a conquistar tierras lejanas acompañados de sus mujeres. No sólo no tenían relaciones amorosas con las indígenas (México y Brasil son países en los que reina el mestizaje; en India, no) sino que implantaban su cultura, creaban pequeñas sociedades británicas, en las colonias. Vemos lo mismo hoy en día con los turistas en España. Vienen millones, pero para la mayoría la idea de pasarlo bien se centra en recrear las condiciones de su país -fish and chips, grotescas borracheras, lecturas del tabloide The Sun- bajo el sol mediterráneo.

A diferencia de los italianos, en particular, y de los holandeses también, los británicos, con pocas excepciones, nunca tuvieron ni la cortesía, ni la audacia ni el deseo de asimilar el concepto de saber estar. Creer que Wayne Rooney sería capaz de hacerlo en España es una locura o, como mínimo, una idea altamente arriesgada, ya que esta semana se ha estado hablando con insistencia en la prensa deportiva de la posibilidad de que el jugador del Manchester United fiche en el verano (se ha llegado a hablar de un precio de 150 millones de euros) por el Real Madrid.

Rooney, por si los seguidores y los dirigentes del Madrid no lo han pillado, corresponde en un ciento por ciento, o más si fuera posible, al estereotipo del turista del que estamos hablando. Abandonado a sus propios impulsos, es el clásico que en la madrugada ibicenca aparece inconsciente en la playa vestido de prostituta o de monja tras pasar la noche bebiendo cantidades industriales de tequila y cerveza, exhibiendo el culo en las calles del casco histórico.

La solución, si el Madrid se empeña en ficharle, podría pasar por hacer algo parecido a lo que hizo el Barcelona con Leo Messi o hicieron los conquistadores británicos de antaño. Traer a Rooney con toda su familia.

Claro, lo que quedaría por ver sería si la ciudad de Madrid estaría preparada para semejante invasión vandálica. En la fiesta que Rooney, de aspecto más de boxeador que de futbolista, y su esposa, Colleen, dieron unos años atrás para celebrar su compromiso de bodas, los padres y los tíos de él, hombres y mujeres, acabaron a palos en el suelo del local. La policía tuvo que acudir a imponer orden.

Niall Ferguson escribe en su libro que gran parte de los habitantes africanos o indios en tiempos del Imperio Británico veían a los colonos de las islas como una temible plaga blanca. Pues eso. Ojo con Rooney. Es un grandísimo jugador, por supuesto. Pero, en el caso de que acabase en Madrid, esa frase, plaga blanca, podría llegar a adquirir nuevas y no menos alarmantes connotaciones.
 
 
publicado en el diario El País de España el 18.04.2010.

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